Escrito por Por Jesús Núñez B3E y “Ex sufrido-mal-compensador”Guía de Grupo FEDAS 3E, médico y vocal de la sección de buceo sostenible del Centro de Investigaciones y Actividades Subacuáticas de Madrid (CIAS)
Estas líneas quieren ser un soplo de ánimo y un pequeño homenaje a todos aquellos buzos "durillos de tímpanos", a los que habitualmente sus oídos no les permite bajar a la velocidad del resto de sus compañeros e incluso se ven obligados a suspender alguna inmersión por el dolor que les provoca la presión del agua sin compensar, con riesgo cierto de rotura timpánica, mareos, desánimo…etc. ¡Ánimo pues! y ahí va mi experiencia.
No os preocupéis, porque no os voy a contar ni la anatomía ni la fisiología de los oídos. A todos os lo han explicado en vuestros cursos y lo podéis ver en multitud de libros y paginas web, además sirve escasamente en nuestro caso.
Hasta hace muy poco he pertenecido al selecto y sufrido grupo de buzos “mal compensadores “. Desde que realicé mi primer curso de buceo hace 10 años, ha sido una especie de maldición que me ha perseguido en prácticamente todas mis inmersiones, llegando a convertirse en una obsesión que si bien no ha podido con mi pasión por el buceo, me ha intranquilizado siempre antes de cada buceada e incluso ha conseguido acortar muchas de ellas por el excesivo consumo de aire que realizaba hasta llegar a los menos 10 m, a partir de los cuales todo me parecía coser y cantar.
La cosa se iniciaba a partir de los menos 3 m y se prolongaba invariablemente hasta el límite de mi resistencia al dolor sobre los menos 7 u 8 m, donde por ese mismo dolor desistía y “aletazo p'arriba” afortunadamente, ya que lo que no conseguía el sentido común por el riesgo de romperme el tímpano, lo conseguía ese dolor lacerante.
Y así una y otra vez, realizando en este corto trayecto 2.478 veces (récord Guiness) la maniobra del dichoso Valsalva, que además de antiguo seguro que no era buzo. Invariablemente también conseguía siempre compensar el oído derecho, pero el izquierdo, como en la vida misma, siempre protestando y en huelga (que nadie se ofenda porque ha sido una licencia “patética”).
Mis descensos en las inmersiones se producían sistemáticamente por el cabo del ancla y viendo pasar como piedras hacia abajo a la mayoría de mis compañeros, que luego tenían que esperar pacientemente hasta que el buzo “yoyó” conseguía llegar a la cota de los menos 10m, pero con 40 ó 50 atmósferas menos en la botella. El ver a mis compañeros esperando abajo, el estar minutos subiendo y bajando forzando los oídos y el no desprenderme del cabo, me producían una sensación de desasosiego, de impotencia, de culpabilidad, que aumentaba mi estrés, disminuía mi autoestima, “jodía”mi oído y vaciaba mi botella. Sólo en alguna inmersión realizada saliendo desde la costa y en la que tardábamos en ganar profundidad conseguía, por tiempo y lentitud, compensar casi sin esfuerzo.
Hasta tal punto llegó a obsesionarme el tema que acudí a un buen otorrino para consultarle el problema y tras una completa exploración, donde parece que descubrió que tenía excesivamente desarrollado uno de los huesos del cráneo que estrechaba mi conducto auditivo y comprimía las trompas, concluyó que: PACIENCIA. Me gustara o no, debía aprender a vivir con ello como uno más de mis múltiples defectos, en este caso de fabricación, al ser probablemente una herencia genética.
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Como la Paciencia no tiene por qué ser sinónimo de Resignación, me dediqué a escuchar a todo compañero de buceo sobre las diferentes técnicas para compensar y las fui poniendo en práctica y al pié de la letra en cada nueva inmersión que realizaba.
Así, al menos una semana antes de una salida al mar, me dedicaba a entrenar a mis oídos haciendo maniobras de Valsalva a todas horas y en todo momento…en el coche, en el trabajo, en casa, leyendo, viendo la tele…etc. eso sí siempre procurando estar solo, ya que el hecho de pinzarse la nariz y ponerse “colorao” delante de alguien, es decirle de todo menos bonito y puede arruinar desde una gran amistad a un intenso momento amoroso.
Posteriormente, ya en la salida, me limpiaba cuidadosamente la nariz antes de subir al barco y después ya en el agua volvía a repetirlo sembrando de “nudibranquios” los mares (pero ¡ojo!, fijándome hacia donde iba la corriente para no lanzárselos a mis compis).
Y tras la consabida disculpa a mis compañeros por no compensar adecuadamente, me dirigía al cabo para iniciar mi particular calvario de “tres pasitos p'alante y dos p'atrás”, empleando todas las técnicas y mañas escuchadas, leídas e inventadas: he bajado totalmente vertical con la cabeza arriba y con la cabeza abajo, con el regulador puesto e incluso quitado en el momento de la maniobra de compensar, he abierto y cerrado la boca mil y una vez, he girado hacia arriba el oído perezoso, he hecho vibrar las trompas cerrando la boca y diciendo “Ohmmm” que aún cuando no me ha despejado las trompas me ha acercado al Nirvana… invariablemente hacía esperar y desesperar a mis compañeros, o en días de aguas claras, les seguía por encima hasta que poco a poco llegaba a su cota o ellos a la mía. Y siempre volvía a casa con los oídos medio taponados y aguantando picores y molestias en ellos durante bastantes días, además de una sensación inmensa de torpeza que procuraba sufrir en silencio como una fea hemorroide.
Pero queridos, al final todo esfuerzo obtiene recompensa y el que la sigue la consigue, así que de la forma más inesperada encontré la solución, que como casi siempre estaba en una mujer… os lo cuento:
Poco antes de este verano pasado y antes de una salida a la Azohía, estaba yo indolentemente asomado a una ventana de mi casa, realizando la consabida maniobra, cuando por el rabillo de mi ojo izquierdo vi pasar una preciosa joven que automáticamente hizo girar mi cabeza 90º, ¡maravilloso momento!, porque en ese punto de máximo giro se produjo un “pluk” y mi oído compensó al tiempo que contemplaba unas preciosas curvas.
Reconozco que al principio no me lo creí, pensaba que debía ser una curiosa casualidad pero no, cada vez que giraba lateralmente al límite mi cuello se producía la anhelada compensación, tanto a la izquierda como a la derecha. ¡Qué aparente tontería, pero para mí que sublime hallazgo!
¡Por fin, podía disfrutar plenamente de las inmersiones! Y vaya que las he disfrutado desde entonces, a pesar de cierto choteo que se da cuando algún buzo se fija y me ve bajando con un misterioso tic en el cuello.
Por eso, solemnemente pido vuestro apoyo para cambiar el nombre de maniobra de VALSALVA, por la maniobra de LATIABUENA, al tiempo que animo a todos los buzos “durillos de tímpano”, a que intenten con paciencia todo tipo de maniobras y sobre todo de muecas ya que, aunque no consigan compensar, amenizarán la espera del resto de compañeros.
Mi más cordial saludo a todos y mi homenaje a los sufridores con “tímpanos de madera”.